viernes, 26 de octubre de 2007

Comprar la vida

Presiones, indicaciones, imposiciones, obligaciones. Comprá, comprá, comprá. Mirá, mirá, mirá. Deseá, deseá, deseá. Comé, comé, comé. Adelgazá, adelgazá, adelgazá. Bebé, fumá, CONSUMÍ.
No hay caminos alternativos (o eso nos muestran). Hoy, o consumís todo lo que el mundo ofrece o… ‘Estás out, honey’. Sí, bastante dramático si sos una persona que sigue al pié de la letra estas crueles imposiciones del despiadado consumismo. Hay 2 opciones: consumir, o… Sí, consumir.
Por desgracia estamos inmersos esta agua de pozo, y lo aceptemos o no, todos consumimos, como víctimas o partidarios, nadie queda fuera.
Vayamos por partes. Consumir es una necesidad. Necesitamos comer, vestirnos, transportarnos, divertirnos, “Vivir”, y por ende, necesitamos consumir.
El problema surge cuando hablamos sobre cantidades y formas de consumir. Cuando dejamos de ser dueños de lo que compramos y lo que compramos pasa a ser dueño de nosotros. Cuando de lo que consumimos depende nuestra felicidad.
El mejor lazo del consumismo es la propaganda. Quizás no consumamos productos, pero es casi imposible evitar las imágenes, imitaciones baratas de una realidad perfecta y utópica, que se graban en nuestras retinas. Somos consumidores de estereotipos. Nos los comemos, los bebemos… Y para felicidad de nuestros queridos vendedores, terminamos cayendo en el hueco consumista que nos crearon, pagando con nuestra autenticidad el precio que fijan por su mundo inventado. Nos presentan la necesidad de lo innecesario, nos alimentan en nuestra búsqueda de identidad que perdemos en lo que no tenemos, simplificando, nos quitan todo, desde ideas propias e individuales, hasta los últimos centavos. Es una forma de facilitar el manejo de nuestra sociedad: “Masificarnos”.
Nosotros y únicamente nosotros podemos dejar de ser fichas del tablero de los vendedores de sueños gratuitos. Tenemos capacidad para desengañarnos de las etiquetas, pero tenemos que determinarnos a usarla. No debemos amoldarnos al mundo actual, sino transformarnos mediante la renovación de nuestra mente.
Los que modelan imágenes de talla, todos ellos no son nada y los más precioso de ellos para nada es útil, y ellos mismos, para su confusión, son testigos de que los ídolos no ven ni entienden.
No podemos vivir dependiendo del último jean que salió, ni pensando que si no lo tenemos vamos a ser dinosaurios. La persona debería valerse más que de cosas materiales, ¿Acaso no lo sabemos?
Nuestra sociedad está escasa de espiritualidad, esa es la raíz de todo el mal que vivimos. Y lo que estamos pasando por alto, es que somos nosotros los responsables. Es “nuestra”. La construimos, la formamos, la ensuciamos, la degeneramos, la destruimos. En fin, podemos cruzar los brazos y cerrar lo ojos, pero los que van a ser dueños de ella son, nada más ni nada menos, que nuestros futuros hijos, nietos, bisnietos… No es muy lindo legado el que les dejamos, ¿No les parece?
…Dejemos de comer cosas que solo sacian nuestros deseos efímeros y comencemos a alimentarnos de cosas que llenan y engordan nuestro espíritu, porque al final de este camino, lo que más importancia va a tener es lo consumido en vida… ¿Se entiende verdad?...

miércoles, 10 de octubre de 2007


En plena época de revolución femenina y "No me importa lo que digan", las mujeres, secretamente (algunas) y abiertamente (otras), continuamos en la eterna búsqueda de complacer a esa insignificante cosa llamada “estereotipo social”.
Constantemente estamos inmersas en una lucha por ser aceptadas ante una sociedad a veces cruel. Cruel por sus exigencias, cruel por sus imposiciones y, principalmente, cruel porque éstas son puramente absurdas.
Quizás lo peor de todo es que somos concientes de esto y aún así, no hacemos que pare. Continuamos llenando las salas de espera de los centros de cirugía estética, haciendo la dieta del agua descremada, regalándole dinero a las exigencias de la moda e intentando ser lo más parecidas posible a la última modelito de la tapa de la revista Vouge. Eso sin dejar de ser perfectas hijas, esposas, madres, abuelas, profesionales, amas de casa o alumnas.
La sociedad tiene que comprender que no somos perfectas. NOSOTRAS tenemos que asumir que No Somos Perfectas.
Ser perfectas implica ser un objeto repetido, clonado por millones, sin gracia ni diferencias. ¿Eso es lo que buscamos? ¿Salir a la calle y ver cientos de figuritas repetidas, todas perfectamente vistiendo, caminando, hablando y viviendo?
¿Qué es lo que nos lleva a actuar así? Sí, dije actuar, porque parece una obra bizarra de mal gusto.
¿Quién nos impulsó a esto? ¿Los hombres? ¿Los medios? ¿Nosotras mismas? El debate sería eterno…
Simplificar algo tan relevante es complicado. Es tema y raíz de muchas discusiones, problemas, complejos, etc.
Y en fin…
¿Terminamos complaciendo a la sociedad y fomentando las exigencias existenciales existentes?... (Nos rehusamos a los puntos finales)

martes, 2 de octubre de 2007

El poder de nuestras palabras...


No tenemos noción de cuanto podemos aniquilar con el simple hecho de soltar una palabra acompañada de una actitud y sentimiento. Podemos afectar más de lo que pensamos, tanto para bien, como para mal. Podemos empujar a la persona para que arranque y levante vuelo, o… empujarla también, pero al más profundo abismo haciéndola tropezar, caer y hasta pisarla cuando está tirada. ¿Es morboso pensarlo de esa manera, verdad? A veces actuamos sin querer pensar y asimilar las consecuencias.
No es por culpar a nadie, pero necesitamos mirarnos, controlarnos y luego “hablar”. El poder está en nosotros (ese que tanto nos gusta…) Somos capaces de utilizarlo como se nos plazca, sólo debemos hacernos responsables de aquello que confesamos…
“De la abundancia del corazón habla la boca”

¿Somos inspiradores o asesinos de sueños, proyectos, alegrías, anhelos…? ¿Matamos o infundimos vida con lo que confesamos? Prestemos más atención a lo que nuestro corazón está diciendo hoy… y sabremos de qué está hecho.
¿De cuanta vida y cuanta muerte es responsable tu boca?

jueves, 20 de septiembre de 2007


Algunos padres hacen el esfuerzo de enviar a sus hijos a cursar estudios de postgrado en una buena universidad del Primer Mundo. Dentro de sus posibilidades, pretenden ayudarlos a ver y entender realidades en otros países. De regreso, mucho de esos jóvenes compran un terreno en un barrio cerrado y se hacen una casa clonada, mayormente de estilo californiano o inglés, y viven una vida no incomodada en esos escenarios que replican paisajes suburbanos de otras latitudes.
Hasta aquí, todo va en gusto. Y ahí empieza mi susto: esos escenarios están rodeados de alambrados olímpicos y los accesos son casillas con barreras donde guardias de seguridad le dicen a uno si puede pasar o no, después de verificar en el lugar de destino si es persona deseable o no.
Se avanza luego por calles sinuosas, a baja velocidad, como en cámara lenta, viendo jugar a niños homogéneos, con bicicletas homogéneas, entre "todo terrenos" y sedanes homogéneos, en jardines homogéneos de casas homogéneas.
Del alambrado olímpico y pinchudo para afuera, el mundo real, que se extiende con crudeza hasta llegar a otro barrio cerrado, protegido por otro alambrado olímpico pinchudo.
Pensemos que tomamos un helicóptero y nos elevamos poco a poco. Veremos que esas islas de bienestar se insertan en mares de pobreza variable, mucho más densamente poblados. Desde lo alto se descubre que los alambrados olímpicos no protegen tanto como encierran. El bienestar está condicionado a un encierro amenazado. Porque si alguien construyó alrededor de sí una alta protección, y hace caminar por su perímetro a guardias armados con perros bien entrenados, seguramente debe de pensar que por fuera del alambre existen quienes ponen en riesgo su manera de vivir, su integridad y las de sus bienes: "Los malos" , por así decirlo.
Pero lo que ocurre en realidad es que "los malos" tienen rodeados, cercados y prisioneros a los que se consideran a sí mismos "buenos", mediante alambrados que los mismos "buenos" han levantado. Y si hacemos un censo, los de afuera son muchos más que los de adentro. (Aclaración: "Un poco de levadura fermenta toda la masa")
¿Qué le habrá pasado a nuestra sociedad, que toma caminos tan extraños? ¿Cuán grande ha sido la pérdida de seguridad? ¿Cómo de enorme ha sido la falta de confiabilidad de nuestras instituciones: jueces, policías, educación pública? ¿Que lleva a ver a la pobreza como una amenaza para los más favorecidos antes que una fuente de responsabilidad?
Y las preguntas finales, las más difíciles: ¿Por cuánto tiempo más serán solución los alambrados? ¿Cuándo serán reemplazados por altas murallas? ¿Alguna vez serán necesarias municiones para dar esa misma seguridad?
Los que están dentro de los alambrados olímpicos tienen que pensar que, en su interés y en el de todos, deben poner mucho de sí para que las grandes comunidades en las que se insertan lleguen a evolucionar de tal modo que las protecciones, los guardias y las barreras no hagan más falta. Para que los que están de uno y otro lado del cerco dejen de ser "los buenos" y "los malos" y formen todos "la ciudadanía".
¿Añoranzas nomás, de uno que vivió en un barrio abierto donde el hijo del profesional, el del empresario, el del militar, el del dueño del cine, el de la pensión, el del taller mecánico, el del carbonero, el del docente, el del circo bodeguero y los hijos de todos jugaban juntos al poliladron, a andar en bicicleta, y donde el que tenía la casa con el jardín más grande lo prestaba para jugar a la metegolentra o la mancha venenosa?
Tal vez, pero también manifestaciones de un espíritu positivo que está convencido de que, si antes fue posible, en el futuro, si ponemos empeño, puede volver a serlo.

Juan Cambiaso (13 de agosto de 1999)


Sería redundante intentar decir algo más que lo plasmado en estas palabras.
Sería irónico decir que no es cierto.
Sería importante razonar y asimilar las consecuencias que esto podría traer.
Sería útil hacer algo para revertir esta situación.
Y acaso... ¿No sería triste que las cosas continuaran de esta manera?

jueves, 13 de septiembre de 2007


El sol rasguñando las persianas, intentando penetrar en mi profundo sueño, al fin logra, con una estela de luz, despertar mis “no ganas” al “hoy”. A la evidente molestia de la luz en mis ojos, se le suma el incesante sonido agudo e irritante de la alarma del despertador, dándome el ultimátum: “Hora de levantarse”
Tras muchas vueltas y enredos con las sábanas, logré encontrar la posición exacta y levantarme en este momento sería una experiencia casi dolorosa. A pesar que podría “cerrar los ojos” y dormir como si el anterior episodio nunca hubiese ocurrido, el ruido que me trastorna ahora, no es el del despertador, sino el de mi conciencia, el “saber y no querer”…
Como este repetido capítulo cotidiano, con el que más de uno se sentiría identificado, es la realidad.
Esa luz, esas verdades, intentando filtrarse y sacarnos de nuestro letargo, simplemente para traer claridad a nuestras vidas… Esa alarma desesperada lanzando avisos, concientizándonos, incitándonos a abandonar esa posición (fácil e indiferente) que hemos adoptado como cómoda en el mundo, después de enredarnos tanto en nuestros problemas que hasta comenzaron a parecernos tibios…
Hay un mundo real ahí afuera, detrás de esas cuatro paredes que nos rodean. Está en nosotros la decisión de bajar las persianas, apagar el despertador y seguir durmiendo, o… Asomarnos, ver que es un nuevo día y dejar que la Luz nos inunde.
Personas: ¡Es hora de Despertar!
¿Cuán dispuestos estamos a quitarnos las vendas de los ojos?